Fuente: THE NEW YORK TIMES INTERNATIONAL WEEKLY
POR QUENTIN HARDY
LEESBURG, Indiana — Kip Tom,
un agricultor de séptima generación, cosecha los productos básicos de la
agricultura moderna: maíz, soya y datos. “Soy adicto a una droga de información
y productividad”, afirmó, sentado en una oficina llena de monitores de computadora
y un pizarrón blanco cubierto de planos para la red computacional de su granja.
Tom, de 59 años, es tanto
director tecnológico como un agricultor. Donde su tatarabuelo enganchaba una
mula, “nosotros tenemos sensores en la má- quina cosechadora, datos de GPS
satelital, módems celulares en tractores que se conducen solos y apps de riego
en iPhones”, explicó.
El fin de la pequeña granja
familiar se ha visto venir desde hace mucho. Pero para agricultores como Tom,
la tecnología ofrece un sustento y una forma de sortear los ciclos de altibajos
del ganarse la vida con la tierra. También ayuda a que algunos de ellos
compitan con enormes agronegocios. La granja de Tom está en expansión, de 280 hectáreas
en los años 1970, a 8 mil 100 en la actualidad. Pero están desapareciendo
algunas granjas de sus vecinos. Tecnología tan costosa está fuera del alcance
de los agricultores más pequeños. Los fabricantes de equipos han cubierto sus
sembradoras, tractores y cosechadoras con sensores, computadoras y equipos de
comunicación. Una máquina equipada para cosechar unos cuantos cultivos quizá
costaba US$65 mil en el 2000; ahora alcanza hasta US$500 mil debido a la
agregada tecnología de la información.
“Hemos visto gran repunte en
la productividad de las granjas más grandes”, apuntó David Schimmelpfennig,
economista del Departamento de Agricultura de EE. UU. “No es que las granjas
más pequeñas sean menos productivas, sino que las grandes pueden costear esas
inversiones tecnológicas”. Existe otro riesgo: el incentivo de enfocarse en
monocultivos para maximizar la eficacia de la tecnología al producirlos a la
mayor escala posible. La tecnología alienta a los agricultores a optar por cultivos
fáciles de producir y vender que son más fácilmente medibles por instrumentos.
En una granja familiar grande
en Texas, Brian Braswell utiliza tractores con conexión satelital para labrar
campos con una precisión de 2.5 centímetros entre los surcos. Estas tierras
fueron sometidas a pruebas con cargas eléctricas, y luego mapeadas para que el
fertilizante fuera aplicado en dosis exactas desde máquinas controladas por
computadora.
Brent Schipper toma lecturas
de datos de su máquina cosechadora cada tres segundos en su granja de 2 mil 400
hectáreas cerca de Conrad, Iowa. En la temporada de tormentas, revisa la app
del clima en su smartphone cada 30 minutos. Él y otros granjeros, que solían
pasar los inviernos descansando y reparando máquinas, añadirán sensores nuevos
y leerán detenidamente los datos de la temporada pasada, con la esperanza de
obtener una ventaja en la próxima. Antes un granjero con 400 hectáreas podía
ganarse bien la vida, recordó Tom. “No estoy seguro de que eso vaya a durar”,
agregó. Tom Farms tiene cultivos genéticamente modificados, sistemas de
computación en la nube y, quizá pronto, drones, si Tom no se decide por láseres
en satélites de órbita baja. Todos estos elementos enviarán sus datos para ser
analizados en sistemas de computación en la nube.
“Los granjeros aún piensan que
la tecnología significa un aumento físico: más potencia y más fertilizante”,
dijo Tom. “No ven que la tecnología se trata de multiplicar la información”.
Con la baja en los precios del maíz, “mi crecimiento vendrá de agricultores que
no acogen la tecnología”, indicó.
Tom Farms tiene 25 empleados todo
el año y, en ciertos momentos, puede tener hasta 600 trabajadores temporales.
“Granjas de este tamaño pueden tener ingresos de más de US$50 millones en un
buen año”, señaló Tom. Ahora tiene ganancias, pero aún recuerda suplicar por
préstamos a una tasa de interés del 21 por ciento durante la crisis agrícola de
los 80. Le da el crédito de su supervivencia y crecimiento al uso de la
tecnología, y calcula que es así como prosperará ahora que el maíz vale US$4 el
bushel (25.2 kilos), más o menos la mitad del nivel que tenía hace dos años.
Al voltear al año pasado,
señaló, los mejores usos del análisis de datos han elevado el rendimiento sobre
su inversión del 14 al 21.2 por ciento.
Kassandra Rowland, una hija de
Tom, administra el personal y las asociaciones con otras granjas y compañías, y
también las cuentas de la granja en Twitter, Facebook, Instagram y Pinterest.
Su hija de 9 años está en el club de robótica de la primaria local. “Ése es
otro cambio importante”, dijo Marie E. Tom, de 84 años, madre de Kip Tom.
“Nuestras hijas van a juntas de agricultura, tienen voz y son respetadas. Las
cosas no eran así cuando yo llevaba la contabilidad, y la agricultura trataba
únicamente sobre lo que hacías en los sembradíos”.
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