Las farolas inteligentes pueden reducir hasta
un 80% el consumo de energía frente a las convencionales, con
el consecuente ahorro económico. Para ello utilizan luminarias más eficientes o
sistemas que regulan su intensidad o las apagan si no hay nadie en sus
alrededores. Un ejemplo: la localidad navarra de Isaba, de 492 habitantes,
sustituía el año pasado todas las farolas de sus calles por otras de tipo
inteligente. Su gasto anual en energía para alumbrado público pasará de 24.000 euros a 5.000 euros, según
sus responsables.
Además de mejorar la economía
de los ayuntamientos, y en definitiva de los ciudadanos, el medio ambiente también se beneficia de las
farolas inteligentes. Al consumir menos electricidad, reducen
la contaminación motivada por el uso de la energía, basada en buena parte en
combustibles fósiles y nucleares, así como la emisión de gases de efecto
invernadero, implicados en el cambio climático. Como iluminan solo cuando es
necesario y de forma direccional, la contaminación lumínica también disminuye.
Las farolas inteligentes pueden ofrecer otros
servicios interesantes en las ciudades. Al estar conectadas en
red, se pueden utilizar para detectar plazas de aparcamiento libres, controlar
el exceso de velocidad, encontrar un lugar donde ha ocurrido un incidente,
hacer un seguimiento de discapacitados, personas mayores, amenazadas, enfermos,
etc.
Sus defensores también
aseguran que suponen un sistema de seguridad añadido.
Las farolas inteligentes incrementan su intensidad cuando detectan algún
movimiento, y por ello son una especie de alarma lumínica.
Las farolas inteligentes se basan en varias
tecnologías. Sus bombillas son de tipo LED, (siglas en inglés
para diodos de emisión de luz) que dirigen el haz luminoso con más precisión y
pueden durar unos doce años, frente a los tres años de las convencionales. Las
LED ahorran dinero porque son más eficientes que las convencionales, al
consumir menos energía.
Las farolas inteligentes llevan diversos
sistemas de detección. Gracias a ellos, sus responsables pueden
decidir que se enciendan cuando la luz natural es inferior a la mínima
indicada, o mantenerlas a una intensidad mínima que aumenta cuando pasa algún
peatón o vehículo. La firma Luix, creada
en 2009 por las empresas ACR Grupo, Tecnalia y Eguzkitan para ofrecer servicios
de iluminación inteligente, tiene un vídeo que
indica cómo funciona.
Además de los sensores de
presencia, pueden incluir otros para conseguir datos
interesantes de la zona: temperatura, humedad, vibración,
contaminación acústica o de gases contaminantes y de efecto invernadero como
dióxido de carbono (CO2), etc.
Las farolas inteligentes están
conectadas entre sí por una red similar a Internet,
que puede ser inalámbrica o mediante el cable de tensión. Sus responsables
obtienen así la información en tiempo real que recogen sus sensores y
reprogramarlas cuando sea necesario. De esta manera, pueden saber si se ha
fundido una luminaria o si hay que dar más intensidad en una determinada zona.
El sistema se puede coordinar con otros elementos de información urbanos, como
cámaras, carteles luminosos, altavoces, etc.
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