La unión entre la multinacional Chiquita y la firma costarricense Sinergia Alternativa evita la contaminación mediante un biodigestor para aguas residualesCR- La fuerte humedad que impera en Guápiles y el encapotado cielo que anuncia una tormenta son elementos típicos en el clima tropical del Caribe costarricense. También son aspectos ideales para el cultivo de frutas tropicales como banano, piña y maracuyá. Entre las altas palmeras y la exuberante vegetación se intercalan cientos de hectáreas de estos cultivos, que en su mayoría se exportan a mercados internacionales.
La producción de esta zona se caracteriza por su calidad, en algunos casos parte de la producción no cumple con los requisitos de tamaño o imagen para ser exportadas, pero mantiene la calidad óptima para el consumo humano. Como alternativa para evitar el desecho de esas frutas, en 1991 la multinacional Chiquita creó la empresa Mundimar. En esta planta ―localizada en Guápiles y con más de 800 trabajadores― se procesan las frutas para transformarlas en jugos, purés, concentrados y productos deshidratados.
La capacidad de producción asciende a 150.000 toneladas métricas. Como todo proceso en la industria alimentaria, genera toneladas de desechos orgánicos y aguas residuales; lo que requiere una adecuada planta de tratamiento. Con el paso de los años las lagunas purificadoras de líquidos agotan su capacidad y necesitan aumentarla con más lagunas o con el uso de energía externa. Ante la llegada inminente de esa etapa en Mundimar, los ejecutivos de Chiquita analizaron diversas alternativas y optaron por invertir en la instalación de un biodigestor; iniciativa conocida en el pequeño ambiente agropecuario, pero poco utilizada por las grandes multinacionales.
Los sistemas de biodigestión, además de evitar la contaminación, convierten la materia orgánica en energía eléctrica, y sus derivados sólidos se pueden utilizar como fertilizantes ricos en nutrientes. El biodigestor de Mundimar utiliza el gas metano generado por la descomposición orgánica en los líquidos residuales para convertirlo en electricidad que se aprovecha en el comedor y la cocina de la planta. El diseño único de este sistema permite la circulación del agua por gravedad sin necesidad de utilizar energía eléctrica.
Segun Explica Julio Vásquez, director de Mundimar. “Este proyecto nos permite la integración a la laguna de tratamiento de aguas residuales y de esa manera se duplica su capacidad. Las lagunas sueltan metano y al descomponerse huele muy feo. El biodigestor evita esos olores y más bien transforma el gas en electricidad”,
Este proceso no es nuevo, pero sí es poco común en las grandes industrias. “El verdadero riesgo está en que se trata de algo no convencional y como en la industria nos acostumbramos a lo mecánico y eléctrico, es un verdadero cambio de paradigma. Al ser un proceso tan natural siempre existe el temor de que no sea controlable. Sin embargo, ya tenemos varios meses y nos ha dado buen resultado”, añade Vásquez.
Lo no convencional a lo que se refiere este ejecutivo consiste en la posibilidad de generar energía mediante desechos y el uso de un sistema natural. Pero tal vez el detalle más llamativo de este proceso es la alianza con Biosinergia Alternativa, pequeña empresa local que diseñó y construyó el biodigestor.
“Una de las grandes ventajas de este tipo de tecnología es que se adapta a cualquier tamaño, condición y casi a todas las industrias. El biodigestor para Chiquita está diseñado para procesar 2.000 toneladas de desechos y se adapta al sistema actual de tratamiento de aguas. Pero también funciona para proyectos totalmente nuevos”, explica Pablo González, cofundador de Biosinergia Alternativa y graduado de la Universidad earth. Esta compañía, con oficinas en la ciudad caribeña de Guápiles, es una pyme que se dedica al manejo de desechos y capacitaciones para la gestión ambiental.
El conocimiento que esta pequeña empresa tiene de los terrenos, el clima y la producción agrícola en el Caribe costarricense fue un factor primordial para que Chiquita tomara la decisión de invertir us$600.000 en la construcción de esta planta. Si bien parece un alto monto, es una inversión inicial mucho más económica que muchos sistemas mecánicos.
“Es muy ventajoso porque el costo de la instalación de un biodigestor es menor que los casos tradicionales. La operación y el mantenimiento también son menores, porque no requiere energía externa. Funciona por gravedad y biología”, agrega González.
Si bien la planta de Mundimar es uno de sus proyectos de mayor tamaño, Biosinergia Alternativa también ha trabajado en la planta de un matadero en México y actualmente diseña un biodigestor para una porqueriza con 20.000 cerdos en El Salvador y negocia la instalación de uno de sus sistemas en un matadero en Panamá.
Esta tecnología es aplicable a otras industrias como el turismo. Muchos hoteles han instalado biodigestores como parte de sus programas de sostenibilidad y algunos desarrollos residenciales urbanos analizan esta opción como parte de sus tratamientos de aguas residuales. La gran ventaja, además de limpiar el ambiente, es que acaba con los malos olores y genera energía limpia. “En algunos casos los biodigestores están bajo los edificios y en ciertos hoteles se encuentran contiguos a las cocinas. Esto demuestra lo seguros que son”, comenta con orgullo el fundador de Biosinergia.
El siguiente reto que tiene esta alianza entra la multinacional y la pyme local es el destino de los desechos sólidos. Los residuos se pueden transformar en abono orgánico, pero también existe la probabilidad de aprovecharlos para generar energía limpia. “Estamos con los estudios para una segunda fase, en donde analizamos el potencial del material orgánico para la producción de electricidad. Por ahora, gran parte de los residuos se convierte en abono y alimento para el ganado”, complementa el ejecutivo de Mundimar.
La planta de tratamiento y el nuevo biodigestor son parte de una iniciativa de sostenibilidad ambiental que Chiquita desarrolla desde hace más de diez años, en donde el objetivo es convertirse en una empresa carbono neutral. Este propósito es acorde con la estrategia del Estado costarricense, que espera convertirse en un país carbono neutral para 2021.